Me
incendiaste lentamente
en
el centro de tu recuerdo
mitigaste
cada uno de tus latidos
y
yaciste en el final, sin querer.
El
hastío de una vida en silencio
los
rumores tácitos del dolor
te
sumergieron en esa cruel ironía
en
un viaje destinada a no llegar.
Yo
esperando tus razones
meditando
cada decisión
en
la tierra de lo simple
complicando
todo el universo.
Ni
dos, ni tres, ni vos, ni yo
no
hay caminos que se crucen
ni
palabras que escuchar
invisibles
al gentío, miserables.
Cuando
el reloj marcó las seis
cuando
el sol fue más rojizo
yo
pude abrir los ojos para ver
y
tu corazón volvió a sentir.
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