martes, 15 de septiembre de 2015

Autorretrato

Treinta y dos inviernos
y nunca pude recordar el sol
que abrazó mi nacimiento.

Calles de tierra en las mañanas
bolitas, bicicletas y algún barrilete
marcaron un rumbo
a las razones de mi infancia.

Ojos con aroma de café
tan fuerte el cuerpo,
tan abierto el corazón.

El alma traslucida,
una sonrisa presente
y sobre la piel, el cascarrabias.

Amante de los obstáculos
como la piedra de Sísifo
o como el laberinto del Minotauro,
pero sin Ariadna.

Un educando prolijo,
amigo de los amigos
con el mundo conectado,
a través de los sentidos.

Cicatrices que no cierran,
otras que ya no cuentan,
un padre que ya no es padre
una madre que todo fue.

Tengo un par de alas abiertas
gusto de volar muy bajo
con los pies cerca del suelo,
y así no perder de vista
todo aquello que quiero.

Tuve amores de colores,
pasiones amontonadas,
locuras entrecruzadas,
y en el pecho las tormentas:
lluvia, truenos;
todo pasa.

Amores que se confunden
confundido por los amores.

Mujeres que me encontraron
y otras que encontré.

Una sola me contiene,
una sola me aprisiona
y me libera a la vez,
donde yo pueda crecer.

La ciudad que me ilumina
de la patria el primer pueblo,
es una isla desierta
que extradita lugareños
a un mañana forastero.


Y así me paso los días
carreteando,
buscando vuelo.

Porque me importan mis trazos,
estoy tatuado en los versos,
soy preso de estas palabras
en las que me busco
y aún
me pierdo.


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