Siempre jactandote por saber todo
cuando las aves muertas surcaban el cielo,
empujándome al abismo me desterrabas de mi
suicidando la mística, despertando el huracán.
Tu voz inundaba mi mente sin palabras
insoportable dolor cuando se desgarraban las ganas
y ese olor al hielo de tus ojos
aniquilando cada centímetro de luz, cada reflejo de amor.
Siempre hemos de maldecir esa luna
que en su brillo tenue de sol
despierta en nuestra alma el horror
por saber que allí, en cada extremo del horizonte
nos encontramos inmóviles contemplándola.
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