La conciencia que del mundo tomaba,
decapito todas sus simples certezas
y de los reinos, las coronadas cabezas,
caían al sol, mientras su hiel las cortaba.
No hay lugar para el dolor en su mirada,
no existe la tregua o el rumor del viento;
de los humanos, el fin de su movimiento;
aparece en silencio, con su moral mutilada.
Ese invisible cordel, sobre sus manos aladas;
recolecta las sonrisas, acortándoles el tiempo;
evaporando la vida, de aquellas almas marcadas.
Tuvo esperanza, nos fue envidiando la suerte;
cuando en el cielo, fuimos soltando su mano;
sintió nostalgia, se vio muy sola la muerte.
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