La
calidez de sus manos
el
reflejo de la luna en su piel
su
voz, una caricia, rústica, suave
amante
misteriosa de los pasos.
Atravesamos
el océano
Rómulo
nos hacía sombra
siendo
extranjero en mi lugar
tiempo
de recorrer la plaza.
Ya
no tengo palabras
regreso
a ti cada otoño
una
moneda en tu fuente
dueña
de mi destino.
Quien
tuviera el valor
de
pie en la arena de tu centro
protegido
por un coloso
hoy
dueño de los flashes.
Siempre
prometo será la última
el
andar cansino me delata
los
huesos piden la pausa
insisto
en la vista de San Pedro.
Eres
y serás la atracción de mi calma
yo
no he pisado tus huellas
sin
embargo te conozco, bella,
ciudad
eterna en mi pensamiento.
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